No ha llegado el invierno, no. Pero hay muchas maneras de saberse congelada. En esta mitad del otoño, que es ya de hojas secas en el camino del bosque, y de lluvia fría cuando me despierto, he querido hacerme la valiente. Hice público el título de mi propuesta de tesis: Poder, performance y poesía en América Latina (1997-2020). Hice públicas las imágenes, congeladas en Zoom, de la presentación ante el comité de profesores y algunos amigos. También, por cierto, hice pública una de las fotos de mi boda, hace dos años, vestida de negro en una tarde fría de octubre.
Y hasta ahí llegaron mis publicidades. Incluso, empecé a pensar, seriamente, por primera vez en mi vida, a salir(me) de la red social que me valiera encuentros, pérdidas, y los poemas de Bienvenido a Facebook.
El horror empezó a ganarme la pelea. El horror ante lo que veo y el que me obliga a estar callada cuando quiero hablar.
Aún no son las diez de la mañana. Afuera está gris y tuve que encender la lámpara de mi escritorio pintado color lavanda. Ya he llorado más de cuatro veces: las de cada vez que me despierto, porque sé que estoy sola, que ellas están solas, sin mí; las que tengo para el país que no es mío, que no va a serlo nunca, que se acaba también; las que guardo desde el país que fue mío, lastimado, perdido, desesperanzado; las que lloro por mí, que no fui capaz de decir nada, cuando quise, porque quiero, pero tengo miedo.
Comments