estaciones: tránsitos
- Eilyn Lombard

- 19 nov
- 2 Min. de lectura
El hombre que viaja sentado delante de mí lleva exactamente una hora y un minuto haciendo un live en Instagram. Muestra el camino. Ha dejado a algunas personas unirse al live. Yo veía sus caras mientras uno se cepillaba los dientes, otro con audífonos miraba fijamente, una muchacha con vestido azul brillante se movía a lo lejos… Nadie hablaba. El hombre que viaja delante de mí tampoco hablaba, solo mostraba, en silencio.
Tiene ahora 0 personas en el live, y aún sigue ahí, live, alive.
En el libro que descansa sobre mis piernas, Gabriela Wiener cuenta la muerte de su padre. La muerte de su inocencia, la inocencia de su hija rota con la muerte del abuelo, rota como los agujeros que ha hecho a una fotografía de su cara…
Al principio de este viaje, la vida y la muerte se me mezclaron, atragantándome. La guagua en la que viajo salta sobre el asfalto, salta, arremete contra otros carros, ha tenido que hacer giros bruscos, y hace poco frenó de una manera que casi me hizo caerme de la silla. Me golpeé una pierna y la mano. Al principio de este viaje, de regreso, pasé por un río y unas vigas sobresalían del agua: era el muelle real de Cienfuegos.

foto tomada del muro de facebook de Ian Rodríguez
¿Cómo una ciudad muerta puede venir a instalarse en un viaje hecho de saltos por la carretera, enmarcado entre un live y una novela? ¿Cómo una ciudad muerta trae tantos nombres, olores, punto de fuga y nunca de regreso?
La calle por la que no quería caminar de niña, que olía a mar y mierda, que devolvía los deshechos de nuestros cuerpos pudriéndose debajo del asfalto, se convirtió en la calle que me llevaba al mar, a imaginar viajes, a perderme en islas o continentes, a hablar con los amigos, beber alcohol, fumar hierbas permitidas y prohibidas, descubrir cuerpos a escondidas, gozar y llorar. El muelle puente.
El hombre que viaja delante de mí está filmando un río bordeado por árboles cuyas hojas empiezan a enrojecer, como las hojas de mis geranios mutantes. Miro el río a través de la ventanilla, y luego lo miro a través de su teléfono. Entro a su live, yo sola, desde mi asiento de atrás, sin que él lo sepa.
En el muelle me despedí y me reencontré con lxs amigxs, oí música, armé dramas, grité y lloré cuando era un lugar oscuro. Y cuando empezaron a ponerle luces, llevé a una hija, a la otra, a que miraran el mar. Luego mi hija mayor empezó a ir sola con sus amigas, a tener sus dramas y gozos y llantos.
Y nos fuimos, y dejamos el muelle puente de concreto tan vacío como las vigas de madera que sobresalen en el agua de este río. Cómo se viaja sabiendo que hay lugares a los que no vas a regresar?




Comentarios