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  • Foto del escritorEilyn Lombard

diario de las estaciones: y las estaciones

Cuando me despierto, por las mañanas, me doy cuenta de que la mano derecha se ha quedado dormida, y me duele un poco la cabeza, porque el sol entra por todas las ventanas de la casa, a pesar de las cortinas.



Es una fiesta el sol. Protesto, pero quiero que siga despertándome para seguir protestando, porque de todas maneras, afuera hay mucho frío, y ver el sol, ver que se alegran las plantas que he escondido en la sala, alivia la espera. Del verano, de las hijas, de la próxima casa.


Mis emociones andan descarriadas, puede que se deba al cambio climático (antes de ayer hacía 21 grados y ayer, menos 5) o puede que sea la menopausia anunciándose. Pero sobre todo sé que es esta espera angustiante, salpicada de presos políticos, muertes, enfermedades, guerras.


Hace dos días me puse exigir, en mi fuero interno, pero también en Twitter, donde quizás no lo leerían, que algunas personas de la academia, que trabajan y dicen vivir como descoloniales, no habían querido decir nada sobre eso que me parece tan colonial, el presidente de un país tratando de ocupar o rescatar pedazos de otro país. Protestaba, sobre todo, porque muchas de estas personas saltan inmediatamente cuando pueden advertir la mano del imperialismo norteamericano detrás de lo que esté sucediendo. Y los entiendo, la mano del imperialismo norteamericano, sus botas pesadas, su cabeza cuadriculadamente fría, anda detrás de muchas de las historias que nos duelen. Pero y cuando no, qué? No es ese el único imperialismo, no es ese el único poder opresor o colonial.


Ay, pero tampoco es eso. Qué hago yo protestando porque otres no dicen lo que yo no he dicho. Aunque la verdad es que yo nunca digo nada. Me he ido callando todos los poemas y entradas de blog. Hablo bajito, conmigo, o con él, mientras miro por la ventana. Hablo con mis hijas o algunas amigas por teléfono. Hablo con mis estudiantes luego de la clase de español, en un inglés más roto que mi alma.

Hay días en que, caminando por las redes sociales, no me alcanzan las fuerzas para dejar un like, pero me voy volviendo torbellino de emociones varias: algunas entrañables, otras homicidas.


Pero volviendo a mi protesta, me refería a personas que sí usan sus redes sociales como plataforma de denuncia, como espejo aparente de sus logros académicos, de sus vidas perfectamente descoloniales. Luego me molesté conmigo misma, por protestar, por no saber articular las causas de mi incomodidad.


Es difícil estar cómoda estando incómoda, y creo que también es difícil viceversa. Últimamente todo es difícil, despertarme a pesar del sol y de la nieve, del café y el amor, de la escritura que planeo para el día, de las clases en español y las conversaciones en inglés. Sí, me sigo levantando, hago yoga para estirar el alma, reviso las noticias sobre los presos políticos, repaso la historia breve de los Estados Unidos, y escribo.


Lo mejor de todo esto es que puedo escribir sobre poetas. Trato de conectarles a pesar de sus circunstancias y luchas diversas. Trato de encontrarles su enemigo común, creyendo que es el mío, el de todes. Pretendo que lo que les salvó o mató, me salve o mate, mientras vivo.


No sé para qué me sirva todo esto. A veces me pregunto si preferiría estar en otro lugar, u haciendo otra cosa. He llegado hasta aquí de casualidad: unos movimientos provocaron otros, y voilá. O quizás yo fui eligiendo estos pasos, modelando las circunstancias, secretamente deseando. Y si mañana todo gira otra vez, y la academia fue este viaje por los mares del norte, les amigues de distintas latitudes, la escritura desaforada congelándose bajo la luz del sol o la luna, las conexiones con otras maneras de vivir casi mágicas, que me cambiaron todo, desde cómo cocinar o qué comer, hasta por qué luchar o qué sembrar y cómo coser bolsitas de olor para cada rincón de la casa.


Tampoco sé por qué me preocupo por lo que sirva para algo. ¿Por qué ponemos tanto empeño en la funcionalidad de nuestros actos? Sé que es una funcionalidad indirecta, en la que pienso cuando me pregunto para qué sirve esto o aquello. No sirve para nada más que para estar. La escritura debería ser, apenas, constatar, sino basta con el rasgado sobre papel o el repiqueteo torpe sobre las teclas; de igual modo que cocinar debería ser dejarse sorprender por las mezclas de olores, texturas y pigmentos, o sembrar plantas reconocer, por el tacto, la tierra donde estuvimos y a donde volveremos.


¿Por qué tenían elles que escribir, que darme respuestas o ponerse de algún lado? ¿Sé yo, acaso, de qué lado estoy?


Prefiero constatar que hay muchachas aún que esgrimen flores (mar/pacíficos) como acto de amor y resistencia, muchachas que guardan su poema para que no las lastime mientras trabajan, muchachas que esconden su teléfono para lanzar un grito de esperanza desde la cárcel. Prefiero constatar que hay una vida duramente hermosa creciendo en aquella isla que el sol me trae cuando protesto en la mañana: personas que rasgan la piel y van contra toda forma de poder, personas que rompen papelitos en los que se moldean otras formas dominación, personas que reparten, siembran, cosen, gritan.




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