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  • Foto del escritorEilyn Lombard

Diario de las estaciones: primera nevada


para Vi, Roseli, Jamila,

Salomé, Mel, Marta, Martha, Mabel, Raquel

(y otra vez 11M pero también

un grupo de mujeres en Wsp)



Varixs amigxs reaccionaron hoy, desde el anhelo y la empatía, a mis fotos de la primera nevada. La primera nevada siempre es nueva, única. Sin embargo, obliga a recordar que este invierno no voy a extrañar a la mujer sin casa que escribía poemas o cartas de odio cada tarde del verano y el otoño, porque durante todo el confinamiento, no ha venido al parque bajo mi ventana. Y que los deambulantes adictxs a las drogas y el parque, tendrán que buscar otro lugar para pasar el tiempo o la vida.


Desde la ventana de la cocina, he visto caer la nieve desde temprano, mientras desde mi ventana virtual a los abrazos y realidades lejanas, he visto caer palabras miserables.




La belleza y la maldad a veces vienen juntas. Hoy, con la primera nevada, son inseparables. Mis estudiantes blancxs, privilegiadxs, hablando sobre el aborto y las diferentes maneras de asumir la maternidad, dijeron esta mañana, con su castellano mezcla de sus distintas herencias o profesores, que #todoslosderechosparatodaslaspersonas.


Hay una frágil línea entre estética y política. Ranciere la llamó la división de lo sensible. Sí, Ranciere era un blanco europeo, pero al menos tuvo claro que en esa línea podían albergarse infinitas posibilidades. Que la línea divisoria era el espacio de lo posible. Algunos de mis estudiantes, a lxs que intento enseñar a hablar el idioma que hablo, admitieron que no entendían demasiado el aborto, que no lo harían: muchos vienen de familias religiosas. Al mismo tiempo, tenían claro que cada persona es dueña de su cuerpo y lo que pasa con él. Ellos, en su torpeza, fueron capaces de reconocer la multiplicidad.


De ahí, a entender que un pronombre, un nombre, no deberían tener otra función que nombrar, el camino es bastante corto. Acostumbrada a los binarismos del cistema, aún me cuesta usar el lenguaje inclusivo. Me reviso cada palabra, cada nombre. Amo esta posibilidad del lenguaje (posiblemente Cervantes amó cada palabra que pudo moldear, aunque a mí no me importen Cervantes, ni Colón, ni ninguno de esos hombres o sus estatuas).


Mi pretensión única ha sido entender las zonas borrosas entre la belleza y la miseria, entre la cultura y la maldad, entre un nombre y otro. Quiero descubrir que hay más que una tercera posibilidad entre un lado y otro de la belleza, la miseria, la cultura, la maldad, los nombres, las personas.


He intentado ponerme también en el lugar del poder. Desde los endebles autoritarismos implícitos en la maternidad o la enseñanza, a la construcción de proyectos (antologías, editoriales, revistas). Un profesor de teoría literaria insinuó una vez que teníamos el poder del lenguaje y debíamos usarlo responsablemente. Desde entonces intento entender qué es responsabilidad, aún en el ejercicio de poderes mínimos. Personalmente, cada vez más tiendo a la anarquía, o en su defecto, a la comunidad de saberes y experiencias que permiten articular modos de hacer: distintos, equivocados, repetidos, únicos. Pero he chocado con mi propia incapacidad para tejer estas redes o encender esos fuegos, y lo único bueno que he sacado de eso es saber que tengo que seguir.


Por eso, y por todo lo que aprendo en lugares como 11M o grupos donde con otras mujeres he aprendido a creer en los feminismos, por todo lo que descubro que no sé, que no sabemos, no puedo entender el empeño de algunos en renunciar a un pronombre (elle) o erigir una revista en la única o mejor.


Decir que una revista surgió para "ocupar un territorio que nos parecía estéril", "desempotrar estereotipos", organizar la biblioteca del otro, me parece un acto de autoritarismo impúdico, totalitario. En esa voluntad de elegir "lo fundamental" y homegeneizarlo, no hay ni divisiones ni grietas. Han construido, eso sí, un bloque, tan pesado, tan "fundamental", como los de los que dicen temer ser asaltados por una mujer trans negra y no poder hacer nada. Falso miedo, que en realidad es miedo a entender la multiplicidad de territorios, a reconocer los propios estereotipos, a que se rompa su burbuja de hombres blancos y cultos. O maldad.


Con la primera nevada, con mis propios miedos y dolores, recuerdo que he elegido equivocarme, admito que puedo lastimar sin saberlo, reconozco que las palabras no son suficientes para la múltiple realidad. Y sigo. Algunas, muchas, cada vez más, nos tenemos.



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