Un amigo querido me regaló un pedacito de un hongo, de esos que crecen con té y azúcar. Yo quería hacer kombucha, como había amasado y hecho pan de trigo integral, o como había logrado que crecieran bajo mis dedos algunas plantas. Quería hacer kombucha para ver una vida, otras vidas, expandirse bajo mi cuidado, ante mis ojos.
El dolor de ver crecer lejos a mis hijas, mientras además crecen libros de poesía, amigos, lecturas, ensayos, plantas, panes, hongos, entre mis dedos, es más dolor, más miedo.
Hervir el agua y endulzarla. Poner los paquetes de té. Esperar que se enfríe. Vaciar el líquido fermentado en pomos más pequeños. Sacar el hongo cada vez más grande, del pomo. Acariciarlo, sonreírle. Revisar si tiene capas de más. Buscar quiénes puedan querer una parte.
Soy consciente de que repetir estos rituales es un acto de apropiación cultural. No me vanaglorio de hacer kombucha, como no me vanaglorio de saber un par de posturas de yoga o pintarme el pelo con henna. Me acerco a estos saberes humildemente, con respeto, con la culpa de la heredera del coloniaje. Al menos intentaré aprender todo lo posible de lxs otrxs, y no comerciar con ello.
Fermentar té o harina, desde acá (el miedo, el no lugar), se convierte en un ejercicio del amor, en la posibilidad, también, de escribir poesía mientras creo, otra vez, en las revoluciones. Los fermentos son esa posibilidad de cambiar el té negro en bebida espumosa, la página vacía en carta de amor, el país enfermo en espacio plural.
Yo también he fermentado. Ante mis ojos: en el dolor primero, y en el amor de mi pareja, aprendiendo a cuidarnos la herida y preparar la casa; en el salón de clases, dentro de lecciones que son de vida; en los amigos de cualquier lugar, compañeros y levadura gracias a conversaciones en clases o bares, correos o chats; en un canal de Telegram, que se ha convertido en lugar y viaje.
11M es, en las tardes frías del norte, ir a un lugar real y encontrar queribles desconocidos, leer y aprender, bajar la cabeza, reconocer culpas, miedos, odios esculpidos en otros y en mí. Leer (oír/ver) a Mel, Maia, Brayan, Lidia, Roberto, Yasmin, Javier, Samuel, como si estuvieran ahí, en el parque de al lado, citarlxs cuando hablo con otrxs amigxs. Avergonzrme, agradecer. Estar atenta, dispuesta.
He fermentado, aunque sé que los fermentos no son la revolución. Sigo alimentando mis hongos con azúcar y té, añado frutas, y espero. Algún día estallarán las botellas de cristal donde guardo la kombucha.
Siempre te leo, te siento tan cerca. En Cuba las comidas se fermentan solo de dejarla del medio día para la cena. Quizás sea ese el encanto del país, lo corrompible, oxidado, el deterioro prematuro de los objetos y las vidas; lo perdurable, la constancia de una ideología.